miércoles, 27 de mayo de 2015

Tiempo de volar

Uno se pasa la vida aplazando planes porque esa es la naturaleza humana, espera tener una mejor posición económica, tener un empleo seguro, una pareja estable, nos la pasamos esperando el momento “perfecto” para comenzar a hacer realidad los sueños, o por lo menos para comenzar a luchar por ellos.


Nos enseñaron a buscar una zona de confort de la cual difícilmente se puede salir, es como si padres, abuelos y demás familiares nos dieran a entender que lo ideal es tener un puesto en una gran y reconocida empresa, con un contrato a término indefinido, muchas veces sin importar que nos quedemos para siempre en el mismo cargo con tal de tener la seguridad y estabilidad de recibir un sueldo, por más triste que este sea.
Todo hay que decirlo, en muchos casos la necesidad hace que lleguemos a ese punto, por ejemplo cuando hay hijos, porque ellos se convierten en prioridad y darles un techo, educación y comida es necesario. También está el caso de las personas que ayudan a sus padres o algún familiar que lo necesita, claramente uno no se puede hacer el de la vista gorda y es indispensable traer comida a la casa aunque estemos partiéndonos el lomo.
Pero hablemos de los casos en los que no hay tales obligaciones, cuando uno está en plena libertad y capacidad de hacer lo que se le antoje pero se pone mil excusas para no hacerlo. En este tipo de situaciones es triste ver como muchas personas prefieren quedarse en un lugar por el simple hecho de tener una estabilidad que para lo único que le sirve es para dejar sus sueños atrás, para acabar con cualquier posibilidad de ser alguien y brillar.

Es común ver personas llenas de sueños, se la pasan pensando en los lugares que quieren conocer, soñando con el negocio que quisieran montar, haciendo cientos y cientos de planes que se quedan en eso, en simples planes que jamás se hacen realidad.
Nos la pasamos soñando y eso está muy bien, pero llega el momento en el que de tanto soñar sin hacer nada al respecto uno se hastía, o simplemente se va convirtiendo en un discurso que nos echamos y les echamos a los demás pero que no tiene ninguna validez, porque sabemos que nos quedamos quietos, somos unos completos inútiles para hacer lo que amaríamos hacer.
Llega ese momento de volar, de comenzar a hacer y dejar de pensar tanto, arrancar no es fácil pero cuando uno pone el pie en el acelerador ya no hay nada que lo detenga. Es hora de dejar a un lado esos legados acerca del hacer lo que debemos y no lo que realmente queremos, ir en contra de la corriente en muchos casos es lo que realmente deberíamos hacer.
Nadie nunca se pondrá en los zapatos de nosotros para darnos esa patada que necesitamos para reaccionar, aunque también es cierto que la vida misma se encarga muchas veces de empujarnos sin piedad al precipicio, pero no precisamente para acabarnos, sino para que aprendamos a volar.

Tiempo de volar
 A veces creemos que situaciones adversas como perder un empleo o una pareja son castigos de la vida, cuando puede ser todo lo contrario, tal vez la vida nos está mostrando que el camino no es hacer plata para otros sino hacerla para nosotros mismos o que simplemente es mejor estar solo que mal acompañado.

También ocurre que a veces es peor que nos mantengan con un contrato a término indefinido en esa empresa que muestra tanta solidez, porque nos enseñamos a ser miopes, a ver lo que nos obliga la cotidianidad de una oficina. De vez en cuando es bueno plantear si una renuncia puede ayudarnos a abrir las alas, porque en ese caso estaremos mucho más cerca de llegar a donde siempre hemos querido, donde seremos plenos aunque no nos hagamos millonarios de un día para otro pero sabiendo que estamos trabajando por y para lo que amamos.

Moraleja: la felicidad no está en la plata que uno pueda acumular, la verdadera felicidad está en hacer lo que a uno le apasiona sin importar si se va de cara contra el mundo, igual hay golpes placenteros, sobre todo cuando se sabe que está haciendo las cosas por uno mismo y no por lo que le obligan o sugieren hacer los demás.

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